Todas las madres en algún tiempo más o menos lejano fuimos
hijas. Tiempo especial en el cual éramos las reinas de nuestra vida, toda
nuestra preocupación era pensar en nosotras mismas, en nuestras metas y
aspiraciones. Éramos más o menos
ambiciosas, presumidas, trabajadoras, vagas, llamativas, discretas, etc.
Pero un buen día por los motivos que fuesen
decidimos ser MADRES.
Ahí llego nuestra perdición, ya no nos podemos echar atrás, somos madres
para toda la eternidad. Inmediatamente nuestro instinto maternal empieza a
funcionar, hace que pasemos a un segundo término.
Lo primero de lo primero son nuestros hijos para siempre jamás.
En un principio cuando nuestros hijos son bebes nos convertimos en leonas
protectoras de la manada, somos su consuelo en el hambre, el cansancio, la
enfermedad, en la alegría y la tristeza. El bebe sabe que su mamá está siempre
ahí que no le va a fallar.
Más adelante nos convertimos en la jueza
que pone normas, que controla, que organiza, pero siempre viendo las
debilidades de su camada e intentando ocultarlas en la medida de sus
posibilidades.
Pasado el tiempo somos aliados, amigos, consejeros pero siempre defensoras de
nuestra descendencia, arañando aquí y allá para conseguir algo mejor para ella.
Al final somos mayores y lo único que queremos es la sonrisa, la admiración y el cariño de aquel bebe por
el que lo distes todo ¿no es mucho pedir a cambio, no?
FELICIDADES A TODAS LAS MADRES.
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